EXPERIENCIA DE UN NEUROCIRUJANO EN EL MÁS ALLÁ

Nuevas y reveladoras realidades comienzan a calar nuestras mentes, también las de los más escépticos. Gracias al Cielo, el velo se levanta poco a poco… Un neurocirujano viene del más allá y nos narra su experiencia…

 

La famosa revista Newsweek sorprendió a muchos en su edición de Octubre 2012 con una portada y un titular impactante: “El cielo es real – La experiencia de un Doctor en el más allá”. La revista publica un artículo escrito por un prestigioso neurocirujano estadounidense, Dr. Eben Alexander
que luego de haber vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado al más allá. Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de Newsweek.

 

Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte. Hijo de un neurocirujano, crecí en un mundo científico. He seguido el camino de mi padre y me convertí en un neurocirujano académico, enseñando en Harvard Medical School y otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el cerebro cuando las personas están a punto de morir, y siempre había creído que había una buena explicación científica para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que escapaban a la muerte por poco.

El cerebro es un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero extremadamente delicado. Si se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias con historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún lugar real.

Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de título que de creencia real. No me molestaban los que querían creer que Jesús era más que simplemente un buen hombre que había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba profundamente con aquellos que querían creer que había un Dios en alguna parte ahí fuera que nos amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas personas la seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero como científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.

En el otoño de 2008, sin embargo, después de siete días en un estado de coma en el que se inactivó la parte humana de mi cerebro, el neocórtex, experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte.

Se cómo pronunciamientos como el mío les suenan a los escépticos, así que voy a contar mi historia con la lógica y el lenguaje del científico que soy.

Muy temprano por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de cabeza muy intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera – toda la parte del cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace humanos – se había apagado. Los médicos del Hospital General de Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como neurocirujano, determinaron que de alguna manera había contraído una meningitis bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos. Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y estaban comiendo mi cerebro.

Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades de supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas. Pronto estas posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores totalmente fuera de línea.

Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.

No hay una explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi mente – mi conciencia, mi yo interior – estaba viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que mi viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que se trataba de una simple imposibilidad.

Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen incontables personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte u otros estados místicos, está allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha puesto literalmente en un mundo nuevo: un mundo en el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, y donde la muerte no es el final de la conciencia, sino más bien un capítulo de un vasto e incalculablemente positivo viaje.

No soy la primera persona en tener evidencia de que la conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y maravillosos destellos de este reino son tan antiguos como la historia humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo haya viajado alguna vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba completamente apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi estado de coma.

Todos los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo, transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo, mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi corteza estaba funcionando mal, sino mientras estaba simplemente apagada. Esto se desprende claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y de la complicación cortical global documentada por los escaneos TC y exámenes neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el cerebro y la mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo pudiera haber experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada durante mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la odisea híper vívida y completamente coherente que experimenté.

Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No sólo la imposibilidad médica de que había estado consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas que sucedieron durante ese tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en contraste con el profundo cielo negro-azul.

Más alto que las nubes, inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas detrás de ellos.

¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde, cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace justicia a estos seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este planeta. Eran más avanzados. Formas superiores.

Un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso, descendió desde lo alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas criaturas mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este sonido, y que si la alegría no salía de ellos de esta manera entonces simplemente no serían capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una lluvia que se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.

Ver y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar “hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra “hacia” en sí misma implica una separación que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero cada cosa era también una parte de todo lo demás, al igual que los diseños ricos y entremezclados en una alfombra persa … o en el ala de una mariposa.

Se vuelve más extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en detalle. Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos juntos cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después de un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que se zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un río de vida y color, moviéndose a través del aire. La vestimenta de la mujer era simple, como la de un campesino, pero sus colores en polvo azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma abrumadora y súper vívida vitalidad que todo lo demás. Ella me miró con una mirada que, si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella hasta ahora. No era una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una mirada que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo superior, que contenía todos estos tipos de amor en si mismo, mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.

Sin pronunciar una sola palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como un viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo supe de la misma manera en que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera e insustancial.

El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal, sería algo como esto:

“Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre.”

“No tienes nada que temer.”

“No hay nada que pueda hacer el mal.”

El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como si me hubieran entregado las reglas de un juego al que había estado jugando toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.

“Te vamos a mostrar muchas cosas aquí”, dijo la mujer, una vez más, sin llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia conceptual. “Pero eventualmente vas a regresar”.

Para ello, sólo tenía una pregunta.

¿Regresar a dónde?

Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor en una octava incluso más alta, una vibración más alta.

A pesar de que aun tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea que tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas a este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro de él.

¿Dónde está este lugar?

¿Quién soy yo?

¿Por qué estoy aquí?

Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, la respuestas llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y más húmedos que el agua, y mientras los recibía era capaz de comprender al instante y sin esfuerzo conceptos que me habría llevado años comprender plenamente en mi vida terrenal.

Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Era profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía venir de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una especie de “intérprete” entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio universo era como un útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la mariposa) fue guiándome a través de él.

Más tarde, cuando volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar mágico, este núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma Divinidad.

“Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante”.

Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de luz.

Sé muy bien cuan extraordinario, cuan francamente increíble, todo esto suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida. Eso incluye el día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos.

Lo que me pasó exige una explicación.

La física moderna nos dice que el universo es una unidad que es indivisible. Aunque parece que vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que debajo de la superficie, cada objeto y acontecimiento en el universo está completamente entretejido con todos los demás objetos y eventos. No hay verdadera separación.

Antes de mi experiencia de estas ideas eran abstracciones. Hoy son realidades. El universo no sólo está definido por la unidad, sino también, ahora lo sé, definido por el amor. El universo como lo experimenté en mi estado de coma es – he descubierto con sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.

He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones médicas más prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis compañeros se aferran, como yo en el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en particular la corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor incondicional que ahora se que Dios y el universo tienen hacia nosotros. Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la intención de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y difundiendo el hecho de que somos más, mucho más, que nuestro cerebro físico, lo más claro que pueda, tanto hacia mis colegas científicos como hacia la gente en general.

No espero que esto sea una tarea fácil, por las razones que he descrito anteriormente. Cuando el castillo de una vieja teoría científica comienza a mostrar líneas de falla, al principio nadie quiere prestar atención. En primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para ser construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser construido en su lugar.

Esto lo aprendí de primera mano después de que estuve lo suficientemente bien como para volver a salir al mundo y hablar con otras personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado. Las miradas de incredulidad cortés, especialmente entre mis amigos médicos, pronto me hicieron ver la gran tarea que tendría para que la gente comprendiera la enormidad de lo que había visto y experimentado esa semana mientras mi cerebro estaba apagado.

Uno de los pocos lugares en los que no tuve problemas para transmitir mi historia era un lugar que antes de mi experiencia había visto bastante poco: la iglesia. La primera vez que entré en una iglesia después de mi coma, veía todo con ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa belleza de los paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas bajas profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones en ese mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocó el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y aceptados incondicionalmente por un Dios aun más grande e insondablemente glorioso que el que me habían enseñado de niño en la escuela dominical.

Hoy en día muchos creen que las verdades espirituales vivas de la religión han perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el camino a la verdad. Antes de mi experiencia tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para mí.

Pero ahora entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto es que la imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en lugar de los vehículos, de la conciencia humana, está condenada. En su lugar, una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya está emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual en igual medida y valorará lo que los más grandes científicos de la historia siempre se han valorado por sobre todo: la verdad.

Esta nueva imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a estar terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna vez llegue a estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen mostrará al universo en evolución, multidimensional, y conocido en detalle hasta cada uno de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida mucho más profunda y apasionadamente que cualquier padre que alguna vez haya amado a su hijo.

Aun sigo siendo un doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi exactamente igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que nos llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a comprenderla bien.>>

 

Dr. Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre 2012

DIFERENTES, PERO IGUALES.

DIFERENTES PERO IGUALES

DIFERENTES, PERO IGUALES.

Diferentes…pero iguales. Hijos e Hijas de la Tierra bajo un mismo Sol, Luz que nos da la vida, Luz que ilumina a todos por igual, sin importarle para nada los dogmas, creencias, religiones, costumbres, miserias y virtudes que tanto nos siguen separando a la humanidad.
Buenos y malos, luz y oscuridad, positivo y negativo…el ser humano se empeña una y otra vez en la dualidad. Solo existe la dualidad para la mente ignorante, limitada, que desconoce sus orígenes, su verdadera esencia.
Y como el hombre se hace y se considera dual, hace al Creador a su imagen y semejanza. 
Se quitan vidas humanas ahora, y se han quitado siempre en nombre de Dios, de Alá, de Jesucristo… Quien conozca algo de la historia, sabrá de lo que hablo.
En estos días la humanidad está muy sensibilizada por los actos de terrorismo acaecidos en Francia, bueno, la humanidad de Europa, claro está. Y hago este matiz porque cuando actos de terrorismo, de violencia contra inocentes, de violaciones, de torturas, de asesinatos a sangre fría o por daños colaterales, se suceden en otros lugares que no sean Europa o América, la sociedad se queda impasible, escucha las noticias cuando las dan por los medios de comunicación, se lamentan pero siguen con sus vidas encogiéndose de hombros. ¡No podemos hacer nada! Es la exclamación más oída y leída.
¡Claro que se puede hacer…exactamente lo mismo que haces cuando ese acto de terrorismo o de violencia te salpica o pone en peligro la seguridad y la malentendida libertad de tu sociedad! Y digo malentendida porque ofender las creencias religiosas de una parte de la humanidad no es libertad. Es un atentado en toda regla contra la dignidad humana. Porque por encima de las religiones, está el ser humano, hijo de un Padre y Madre. La madre Tierra que le da forma y sustento, y el padre Sol que le da la vida y calor en el plano físico y espiritual.
Si el Sol se apagara, el ser humano y toda vida sobre este planeta, se extinguiría, y no haría excepciones con nadie.
Las religiones fueron producto de seres humanos como nosotros que llevaban en su Corazón y en su Alma el recuerdo de quienes eran realmente, e iniciaron su propia búsqueda y autoconocimiento. Enseñaron a sus semejantes ese camino, y la ignorancia humana lo derivó en religiones que lejos de orientar y nutrir el alma del ser humano, lo alejaron más de su verdadera esencia y de sus semejantes.
El que unos terroristas musulmanes maten en nombre de Alá, no significa que el Islam sea el enemigo de la humanidad. El que unos terroristas bajo el nombre de ETA asesinaran en España, no significa que todo el pueblo vasco fuera asesino. El que un grupo de terroristas bajo el nombre de IRA matara y sembrara el terror, no significa que todo el pueblo irlandés lo fuera. El que hace siglos unos terroristas bajo el nombre de las santas Cruzadas y en nombre de Cristo asesinaran a inocentes, no significa que la iglesia católica lo fuera. Radicalismo, fanatismo, hay por doquier. Al terror hay que aislarlo, a los terroristas y asesinos ponerlos bajo la Ley, pero no arremeter contra los creyentes de una religión determinada. Es muy triste observar cómo en estos días, cuando he ido a sitios públicos, en el metro, autobuses…cuando subía o había un hombre o una mujer de raza árabe, eran mirados con sospecha y a veces con desprecio. 
Somos muy manipulables, porque no sometemos a reflexión y análisis todo lo que vemos, escuchamos y leemos en los medios de comunicación. Es más fácil dejarse llevar por la mayoría que ser uno mismo, responsable de sus actos, emociones, decisiones, en una palabra, ser coherente, consciente y auténtico.
Hay que plantarse ya. Salir a la calle, decir ¡¡basta ya!! pero no cuando los políticos lo crean oportuno o la manipulación a la que estamos sometidos gane la contienda. Hay que plantarse definitivamente contra todo tipo de violencia, injusticia, manipulación y mentira, pero no cuando nos afecte directa o indirectamente, sino en todo momento, circunstancia y lugar. Porque no hay seres humanos de primera, de segunda y de tercera, y algunos ni tan siquiera tienen un grado. Todos somos iguales.
Un pueblo podrá tener sus leyes, sus costumbres, creencias, religión, profetas o mesías…pero siempre con dignidad. La dignidad de un Hijo del Creador.
Y mientras no seamos conscientes de ello, y sigamos siendo arrastrados por una sociedad ciega, indolente y cuadriculada, seguiremos sufriendo las consecuencias.
¡Podemos hacer mucho a nivel individual! Cada cual tiene el poder de dirigir su vida y conquistar su propia libertad, pero la de verdad…no la de pacotilla.
En medio de tanta desazón, desaliento y energías muy densas, mi corazón confía en los niños. Esos niños que están recibiendo y nutriéndose de lo más intoxicado de la sociedad. Niños que son maltratados a todos los niveles, ignorados, sean de un continente o de otro. Da igual. Pero confío en sus corazones, porque se que han venido a cambiarlo todo. Son fuertes y poderosos, porque tienen verdadera Magia en su corazón, y serán los que poco a poco, con paso firme y potente, vayan derrumbando los cimientos de esta sociedad enferma.
Me hago niña con ellos, y yo también digo:

¡¡ME PLANTO, YA BASTA, ME BAJO DE ESTE TREN QUE NO LLEVA A NINGUNA PARTE!!

Isabel Ramón.

EL CONOCER, DA LIBERTAD, Y EN LA LIBERTAD ESTÁ EL PODER DE DECIDIR

de cara al sol

EL CONOCER, DA LIBERTAD, Y EN LA LIBERTAD ESTÁ
EL PODER DE DECIDIR.

Es una experiencia la que quiero compartir con todos mis hermanos. La considero la más importante de todas las que he tenido en mi vida. Ha sido hoy, de madrugada, el 25 de Julio del 2014, dos horas antes de despertarme.
Como he dicho al principio, la dedico a todos los que gusten leerla, pero sobre todo a los que en estos momentos se identifiquen conmigo, porque sé, siento, que no soy la única. Muchos estarán como yo, cansados de cuerpo y alma, agotados por el trabajo diario, ya no tanto físico, sino a otros niveles y también muy humanos. Quemados…como están la mayoría de mis amigos, porque han estado su larga vida dándolo todo, y ahora solo sienten soledad, sentimiento de abandono, sensación de frustración, de no comprender a este mundo, sintiéndose extraños en su propia humanidad personal y compartida.
Seres humanos que como yo misma, en muchas ocasiones nos hemos preguntado qué hacemos aquí, para qué, si todo está patas arriba, y aparentemente el amor brilla por su ausencia allí donde tus ojos físicos ponen la mirada. Y no digo los del alma, porque ella lleva más recuerdos…

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WESAK


… Nuestros cansados cuerpos se posaron en la nieve, sobre una roca. Ante nuestros ojos una panorámica inigualable. Nos aquietamos contemplando tan sublime belleza dejándonos impregnar de la energía del lugar.

Meryem pensó en alto:
—Al mismo tiempo, en otro lugar similar, una ceremonia está a punto de comenzar.
—Así es —le confirmé—, un lugar que no aparece en los mapas y sin embargo tan real como en el que nos encontramos.

Y continué:
—Un valle donde se dan cita en el plenilunio de Tauro aquellos que expresan en su fuero interno la voluntad enfocada al desarrollo espiritual del ser humano; al despertar de la conciencia para toda la humanidad; al encuentro con el maestro que hay dentro y fuera de uno: La Ceremonia de Wesak.

Y con estas palabras, en un instante, nuestros cuerpos de luz dejaron la carcasa que envolvían y en el mismo momento nos encontramos en un valle sin nombre. Advertíamos cómo, a su vez, se aproximaban multitud de almas con vestiduras blanqueadas por sus cuerpos de luz. El lugar cada vez más concurrido. Los peregrinos de la luz fuimos tomando asiento a lo largo y ancho de su extensión, todos en un profundo e íntimo silencio, formando círculos concéntricos. Su centro se quedó sin ocupar y en un momento dado entonamos un antiguo cántico aparentemente perdido en el tiempo…

Sobre el foco central se concentró una esfera luminiscente blanquecina, poco a poco fue transparentándose. Tres siluetas se fueron dibujando en ella; una se percibía resplandeciente como un Sol que no ciega, sin rostro, de ésta surgieron dos rayos de luz que enlazó a las otras dos siluetas entre sí y con ella. A la derecha de la silueta como el Sol, un Ser vestido con una túnica azul dio un paso hacia delante sentándose en silencio; en sus ojos se podía apreciar el Amor más sublime. Sentí su profundidad entrar en mí, todo mi ser parecía un viento mecido hasta convertirse en torbellino a punto de provocar una explosión. A su izquierda el otro Ser hizo lo mismo sentándose también en silencio, su túnica era blanca; sus ojos como el fuego, mas no un fuego que quema sino que purifica.

Absorto en la escena, de pronto noté cómo el vehículo de mi conciencia se elevaba por encima de todos y contemplé una escena que nunca olvidaré: el valle repleto de seres de luz semejante a una flor extendiendo sus pétalos; millones de éstos abriéndose alumbrados por la luz de un Sol que está en su centro. Este Sol, esta esfera de luz, como una burbuja transparente, se fue agrandando abarcando el lugar y trascendiéndole. Seguí ascendiendo y contemplé cómo la esfera cubría el globo terrestre con su manto de Luz. Giré la vista y percibí un rayo de luz inmenso que proveniente del Sol alcanzaba al planeta Venus y rebasándole llegó al centro de la flor. En ese momento volví a encontrarme sentado junto a los demás.

Acto seguido, el Ser “resplandeciente como el Sol” unió los dos rayos que de Él procedían. Los otros dos Seres, a la vez, fueron acercándose hasta que se hicieron uno sólo; sus cuerpos se desvanecieron ante el Ser “resplandeciente como el Sol” y todos los que allí nos encontrábamos. Un punto de luz se fue formando y extendiéndose como un remolino. Al poco, de él, surgió un Ser cubierto con una túnica dorada; me fijé en su rostro, un rostro que es la fusión de los dos anteriores.

Una voz proveniente del Ser “resplandeciente como el Sol” dijo:
«Este es mi Hijo. Es la Luz y el Amor fusionados.
Hasta ahora visteis sus múltiples efigies a lo largo de las edades, a partir de ahora sólo veréis una. Él no es distinto a vosotros, ni vosotros sois diferentes de Él. Así como vosotros os hacéis uno con vuestra alma, os haréis uno con el Espíritu que os habita desde la eternidad, esto es lo que habéis contemplado hoy. Porque así es para Mí, siempre un presente al que vosotros tendéis por libre elección.
Es el momento en que todos los velos han de caer; los miedos, los recelos, van a ir dando paso a la confianza y de ésta por la experiencia, a la certeza vivida por todos y cada uno de vosotros. Y no me refiero sólo a los que estáis aquí, todos habéis sido llamados a este evento, pero no todos han atendido la llamada. Sois libres y libres seréis por siempre. Yo seguiré llamándoos una y otra vez hasta que el último de mis Hijos vuelva al Hogar.
Id cada uno al lugar donde vivís, mas vivid en la Luz y en el Amor, de ese modo seréis un solo ser con vuestra alma y comenzaréis la ascensión hacia algo más grandioso. Vivid vuestra religión con Amor; quienes en su mente y corazón han elegido otros caminos de reunificación, vividlos igualmente con Amor. Pues por Amor estáis hoy aquí, no por vuestro conocimiento y posición social o poder terrenal; éstos no son nada para mí, son sólo herramientas con las que os estáis construyendo día a día, creadas por y para vosotros. Pues creadores sois siempre y cuando vuestra creación ya no os satisfaga, la destruiréis y volveréis a comenzar, una y otra vez, siendo cada vez más perfectos a vuestra imagen y semejanza, que es la mía.»

Continuó…
«El rostro que habéis visto es el del que viene a vuestro mundo, es el molde, el ideal, el futuro que habéis pedido con vuestras oraciones y es el que habéis creado con Amor. Cuando Él se manifieste entre vosotros le reconoceréis, porque el Amor sólo tiene un rostro, el de la Verdad.
La Luz que hoy os he dado, mi Espíritu de la Verdad y el Amor, os iluminará en los días oscuros que aún os quedan por vivir; Él os guiará y seréis Uno con Él, Uno conmigo. Y nada habréis de temer pues así como di el Pan de Vida en el pasado, del mismo modo os lo doy a vosotros ahora, no tendréis hambre ni sed. Él hablará por vuestra boca, vuestros actos serán los suyos. Así, por el resto de vuestros días, hasta que os llame a mi presencia y sabréis que sois eternos como eterno es vuestra Madre y vuestro Padre, pues sois todos mis Hijas y mis Hijos: Uno.
Marchad en paz, con Amor y Verdad, pues éstas son vuestras únicas defensas y mi único Evangelio. Se acerca el tiempo en que la cosecha estará lista. Mi Hijo es el camino hacia Mí y DAR Amor es su único mensaje. DAD todo lo que sois pues sólo así recibiréis. No excluyáis a nadie, mas dejad que cada uno siga su camino, pues todos os llevan a Mí a su debido tiempo, disponéis del que necesitéis…»…

Extraído de: «Al encuentro con el Maestro». parte II, cap.166